jueves, 24 de septiembre de 2009

Cultura, cinexín hermafrodita


HAY EVIDENCIAS que deslumbran por el lado de la estupidez. Ideas cimarronas que vienen a disimular, disfrazadas de modernas, el infantilismo proteccionista de algunos legisladores con castañuelas. El Ministerio de Cultura -tan orfeónico, tan industrial, tan lejano- se suma decididamente a la lumbre paternalista. Ahora contraataca con la escenografía tumultuosa de la Ley del Cine -esa neurastenia mercantil-, pero aliñada con la picana de la discriminación positiva. El objetivo es forzar y favorecer películas y guiones firmados por mujeres. Hacer del género un número, una tachadura social, un bingo, un trato de favor. El sexo como rasgo selectivo en los asuntos de la creación. Qué dudoso.
La Cultura, la que ocurre al margen de los ministerios, la auténtica (quiero decir), no se mueve por paridades. Sucede al compás del talento, que es la única subvención fiable y además viene de serie. La igualdad no se da, se toma. Es una conquista que los Gobiernos no gestionan, aunque sí pueden trucar. Este rudimentario sistema de malentender el equilibrio con un parchís de cuotas, vulvas al peso, no le otorga color de salud a la tarea de ese ministerio. Está comprobado que en la Casa de las Siete Chimeneas se dan unas corrientes de aire muy inadecuadas para el oficio de pensar la cultura, de natural hermafrodita.
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Serán cosas de la edad, pero para mí las chicas de hoy cuentan como un hombre. Y no como reducto orgánico de la Dama de Elche. En la perola de la política pelean por situar a la mujer donde ella ya se ha colocado. Otra vez van por detrás de la calle. No era necesaria esta solidaridad de porno casero para hacer luego el mismo cine de pobres (de tíos o de tías, ya digo que no veo diferencia: sólo es cine). Al final, lo que queda en el aire es una ortopedia, una discriminación aceptada. Un contrasentido. Y ese cubilete trilero siempre esconde trampa.


Aontonio Lucas/El Mundo