sábado, 5 de septiembre de 2009

Grandes desconocidos


CONTABA Vargas Llosa que según Foucault, el hombre no existe. Es sólo una consecución de encuentros, desencuentros, casualidades, despistes, tropiezos y férreas voluntades que provocan que las cosas sean o no, como son. Pues sí. Las circunstancias. ¿En qué momento Javier Cruz pasó de ser un amigo, un vecino, un mecánico, un ex-novio, un mal estudiante, un buen hijo o su mejor amigo, a ser el cerdo, el hijo de puta, el mal nacido, el asesino de Laura Alonso? ¿Qué entorno mutó para siempre la definición? ¿Qué conjunción concreta de pequeñas cosas le llevaron a convertirse en otro para siempre?
Sus padres dormían. Y él se levantó de madrugada para ver a quién amaba mal. Cuando volvió a la cama, ya era un desconocido. Alguien que nunca estuvo allí, tumbado, entre sus cosas, que jamás desayunó café con leche en la mesa pequeña junto a la ventana de la cocina. Alguien a quien su madre no curó las heridas de la rodilla, ni dio de merendar frente al televisor. Porque cuando Javier regresó, Laura ya estaba muerta. Y su ausencia iba a ser la circunstancia que redefiniera a mucha gente. Porque los padres de esta niña de 19 años, hija única, que llevaba la tristeza en el alma y arrastraba un amor enfermo que intentaba olvidar con otro amor más sano, jamás volverán a ser los mismos. Ni la casa donde creció. Ni el patio del colegio.
Porque el paraíso se parece al infierno en un instante, el mismo en que el presente se te va de las manos y el pasado es sólo un recuerdo, ya intangible. Y eres otro. El nuevo. El protagonista de otra historia de esa misma vida que manejas como puedes, y que a menudo, no te pertenece. Porque las circunstancias mandan. Y tú te acoplas a ellas intentando no decepcionar, buscando la aprobación de los demás, o la tuya propia, que es infinitamente más intransigente con tus errores.
El brasileño Wallace Souza, presentador y diputado del Estado de Amazonas que fichó a un equipo de sicarios para ejecutar sus guiones, creó su circunstancia. El éxito invirtió la coherencia y juró en vano, la realidad no superaría a la ficción porque ambas caminarían de la mano. Sacudir el directo hasta mancharlo. Matar para seguir siendo el mismo. Matar para no decepcionar. Para no cambiar el contexto que te define. Para sobrevivir a tu destino. A los demás. A cualquier precio. Y pensar que el fin da sentido a los medios con absoluta impunidad. La misma que como diputado, le protege de todo mal. Incluido el suyo.
Y digo yo, que si el hombre no existe, y Dios nunca está. ¿A quién nos confiaremos? ¿En qué o en quién creeremos?


Cayetana Guillén Cuervo / El Mundo