LA CULPA no es nuestra por publicar la fotografía, señor Zapatero, sino suya por propiciarla. Y de su mujer por consentirla. En éste, nuestro país, y en semejante coyuntura, llevarse a las niñas de tournée internacional turístico-política, en pleno curso escolar y con cargo al contribuyente, son ganas de provocar. El personal ha estallado, como es lógico y natural. Internet está que arde. El ingenio se agudiza. Las lenguas se afilan y bifurcan. España, señor presidente, disfruta siendo mordaz. Pero es usted y sólo usted quien las ha puesto en la diana.
De todas las vías posibles ha escogido la peor: Podía (debía) haberlas dejado en casa, que hubiera sido lo correcto. En pleno debate sobre la educación, la disciplina y el esfuerzo, con una ciudadanía abrumada por la peor crisis económica del siglo, sus hijas tendrían que estar en clase, cumpliendo con su deber y dando ejemplo al respetable, que al fin y al cabo es quien mantiene a la familia. Pero querían ver a este «líder bueno» de la Casa Blanca y papá les ha dado el capricho.
Podía haberles pagado de su bolsillo el billete de avión en línea regular, así como el hotel y la manutención. Entonces habría estado en condiciones de hablar de «viaje privado» y pedir a los fotógrafos que se abstuvieran de disparar las cámaras. No ha sido el caso.
Podía haber aprovechado la oportunidad para presentarlas en sociedad, justificando su presencia en Estados Unidos por lo excepcional de la ocasión. Para ello, sin embargo, habría debido empezar por decirnos la verdad y proveerse del estilista adecuado, con el fin de difundir una imagen más real de lo que es la Moda de España en lo que atañe a la juventud. Porque, como apuntaba con acierto un sagaz lector de elmundo.es, el destino del periplo era Pensylvania, que no Transilvania. Para gustos hay colores, por supuesto, pero cuando se representa a una nación como la nuestra hay que cuidar el protocolo y suplir con asesores las lagunas (más bien océanos) existentes en dicha materia.
Podía, en fin, haberse abstenido de posar para el ansiado retrato de coleguis junto al matrimonio Obama, a quien, por cierto, no acompañaban las nenas. Pero lo hizo. Posó, posaron todos, a las puertas del Metropolitan, y se consumó el esperpento.
Ahora quieren matar al mensajero. Se rasgan las vestiduras apelando al respeto por los menores, al derecho a la intimidad y a la responsabilidad de la prensa. La responsabilidad no es nuestra, señor Zapatero, sino suya y de su mujer por ponerlas en la diana.
Isabel San Sebastián/ El Mundo